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Semillas en campos ajenos

Poesías, prosa, reseñas y fotografías de Pablo Antonio García Malmierca

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Tomad y bebed todos de él

El próximo 1 de abril estaré en el IES Claudio Moyano de Zamora conversando con los alumnos del ESO. Dentro del plan de lectura del centro estamos algunos escritores naturales de la ciudad. Los alumnos han leído Catálogo de Terrores Domésticos, publicado por Piediciones en el año 2017.

Para celebrarlo publico un relato inédito de terror, mi otra gran pasión además de la poesía.

Tomad y bebed todos de él

Porque yo, SATANÁS, abarco tanto lo más bajo como lo más alto. Soy el Dios de la destrucción final y también de la creación final. Míos son los horribles demonios negros del Foso, y mías también son las angelicales hordas blancas que trascienden el mismo cielo. Soy la personificación de la muerte y de la vida. Soy el cuerpo en las profundidades de la negra depravación y soy el alma en las alturas del sublime éxtasis espiritual. Las legiones de los condenados me pertenecen, al igual que la gran compañía de arcángeles. Y cuando las cadenas de la materia ya no me retengan, entonces, yo y mi pueblo, mi ejército, mis legiones, todos mis seguidores, nos alzaremos desde las profundidades de la negrura del Foso e iremos más allá de las estrellas.

«Satanás en guerra» en A la guerra con Satán. La Felguera, 2017.

I

Otra vez el maldito móvil. Enciendo la luz y el reloj digital marca las tres de la mañana. Número oculto. Debo cogerlo rápidamente o si no colgarán, cuatro tonos y cortarán la llamada. No entiendo tanta tontería, siempre con prisas, siempre a deshoras, siempre con exigencias. Pero el dinero que me pagan es mucho, seis mil euros por servicio, dos horas de trabajo y ya está. Un mes de lujos y vida a todo tren, aunque la última vez me duró sólo dos semanas. Debo ser más precavido, mi forma de vida acabará llamando la atención de la policía y podría acabarse mi gallina de los huevos de oro. Ya me lo han advertido, un error, el más mínimo fallo y se acabó, dejarían de tener negocios conmigo. Y yo no quiero eso, uno se acostumbra a lo bueno rápidamente, no podría volver a mi vida anterior.

Se pusieron en contacto conmigo en el entierro de la señora Fontefrida. Mi compañero de funeraria y yo pasamos como de costumbre a recoger el cuerpo. Angélica, que así se llamaba, vivía en una casa alejada de la ciudad. Ese día nevaba, para llegar a la finca había que recorrer una carretera sinuosa, trece curvas con enormes placas de hielo. Juan llevaba quince años de chofer de la funeraria, sin embargo, subimos en segunda, el coche patinaba y se empeñaba en salirse de la carretera.

En la cima de la colina nos esperaban Pedro y Lilith, los hijos de la finada, estaban de luto riguroso, ambos llevaban un gran crucifijo plateado en el pecho. Pensé que eran muy creyentes y que respetaban las tradiciones. Nos indicaron el camino hacia el dormitorio principal en el primer piso. Angélica yacía pálida sobre la cama. Había fallecido tras sufrir un cáncer terminal que la había llevado a morir en su casa. No había padecido, nos dijeron, la morfina la había mantenido sin sufrir. Dulce sueño. Siempre he pensado que me gustaría morir así, drogado, enajenado, sin sentir nada, en el dulce sueño de la felicidad inducida. Que hubiera muerto de cáncer era un problema, los cuerpos se deterioran antes y había que actuar muy deprisa, los tejidos comenzarían a pudrirse enseguida. Le comenté a los herederos que la caja debería permanecer cerrada en todo momento durante el velatorio, los fallecidos por cáncer se estropean enseguida y no son un espectáculo agradable de ver. Nos despedimos y quedamos con ellos más tarde en el tanatorio.

De vuelta a la funeraria la bajada fue aún más peligrosa, a punto estuvimos de acabar en la cuneta varias veces. El coche no era asunto mío, si pasaba algo Juan sería el responsable. En el fondo, ese día estaba contento, yo era el tanatoplasta de la funeraria, era el encargado de preparar el cadáver para que la familia se llevará un buen recuerdo del finado. No tendría apenas trabajo, vaciar el cuerpo, rellenarlo con líquido de embalsamar y poco más, vestirlo con el traje que los familiares me habían dado y cerrar la caja. Sueldo fácil, aunque no siempre era así, preparar un cadáver conllevaba mucho trabajo, la última impresión que se llevaban los seres queridos es muy importante.

II

Colgaron. Ya volverían a llamar, siempre lo hacían, no tenían a nadie más que trabajase para ellos. Tras el entierro de la señora Fontefrida, su hija, Lilith, me llamó por teléfono a la funeraria. Pensé que sería para darme las gracias por los servicios, muchos lo hacen; pero esta vez fue diferente. Me pidió que quedásemos en una cafetería en frente del tanatorio, quería darme un obsequio por mis servicios. Accedí, no era lo habitual, pero a nadie le amarga un dulce, una gratificación extra me vendría bien, en aquellos momentos tenía problemas con el juego y debía bastante dinero. A las diez aparcó su coche frente a la entrada, bajó y me fijé por primera vez en ella. Seguía vestida de negro, el pelo negro le caía sobre los hombros de manera desordenada, llevaba los ojos pintados como la reina Nefertiti, una larga línea se adentraba hacia sus sienes. La envolvía un halo extraño, no era especialmente guapa, tenía la cara marcada por pequeños hoyuelos, si falleciera tendría que tapárselo con abundante maquillaje. Sin embargo, había algo en ella que me atraía, un deseo que iba más allá de lo humano, despertaba en mí instintos animales.

Lilith siempre fue parca en palabras, no lo necesitaba. Sabía cómo conseguir que hiciese todo lo que ella quería. Ese día me regaló los oídos y me entregó un sobre con doscientos euros. Por mis servicios, eso dijo. Acepté, taparía unos cuantos agujeros con ese dinero. Quedé desarmado, desde ese momento me manejó como a un muñeco. Mi necesidad de verla se hizo perentoria, pero Lilith sabía dosificar muy bien sus visitas, nunca nos tocamos, ni hubo entre nosotros más que una mera relación mercantil. Mi vida gira, desde entonces, en torno a sus deseos.

III

Llamada oculta, es Lilith.

            −Buenas noches, Carón.

            −Hola, Lilith.

            −Necesito que nos sirvas un pedido, mañana mi hermano cantará la misa del Sabbath. Esta vez tendrá que ser un niño o una niña, y nada de cadáveres del cementerio.

            −Sabes que no depende de mí.

            −¿Todavía quieres participar en el culto? Veo que no estás preparado. Servirnos un cuerpo fresco puede abrirte las puertas. ¿O acaso ya no quieres participar?

            −Sí, sí. Haré todo lo posible. Dile a tu hermano que mañana tendrá su muerto.

IV

Cada vez me resultaba más difícil agradar a Pedro. Recuerdo la primera vez que Lilith me pidió carne para el culto, como ella los llama, utilizó todas sus dotes de seducción. Quedamos en un parque, se mostró más distante que de costumbre, apenas gesticulaba. Cuando llegué estaba hierática y así continuó durante nuestra charla. Era yo quién debía agasajarla, quién debía ceder ante todos sus deseos y mi recompensa era el castigo de la indiferencia. Sin embargo eso me hacía amarla y desearla más. Me pidió un cuerpo de la funeraria, no sé por qué, pero no me sorprendió, en ese momento me pareció lo más normal del mundo. Me las arreglé para llevar yo sólo el cuerpo al cementerio, era un hombre que había fallecido sin descendencia, fue fácil cambiar el ataúd por otro lleno de sacos de arena. Los dueños de la funeraria confiaban totalmente en mí, disponía de total libertad. A la mañana siguiente dije que llevaría la furgoneta a lavar y dejé el cadáver en la mansión de Pedro y Lilith. No pregunté para qué lo querían, las respuestas llegarían más tarde.

El cuerpo de un niño, ese sí que era un problema. Hasta ahora les había servido lo que les llevara. Normalmente eran cuerpos de la propia funeraria, personas sin descendencia, muertos que debían permanecer con la caja cerrada. Trabajo fácil.

En un par de ocasiones tuve problemas. Como de costumbre Lilith llamó a altas horas de la madrugada, ese día no hubo fallecidos. Entonces, armado de pico y pala, como los antiguos ladrones de cadáveres, me dirigí al cementerio. Debía tener mucho cuidado, todos me conocían: el personal de servicios, los enterradores, los vigilantes, si me veían podría acabar en la cárcel y descubrirse todo.

Salté el muro más alejado de la puerta, por suerte los nichos estaban todos contra esa pared. Los nichos de los fallecidos en el día eran visibles inmediatamente, como el cemento estaba reciente era imposible colocar la placa con el nombre ese mismo día. Había que esperar a que secara para que no se cayera todo. El cemento se podía retirar con la mano, con mucho cuidado fui retirando los ladrillos, los dejé a un lado en la misma posición, debía colocarlos rápidamente otra vez.

Sacar el féretro era un poco más complicado, por suerte el fallecido debía pesar poco, parecía un ataúd de los pequeños, sobre 1,70 cm. y unos veinticinco kilos de peso. Salió del nicho sin mucho esfuerzo, abrí la tapa con una palanqueta, en el interior un hombre de unos treinta años, habían hecho un buen trabajo de embalsamamiento, no perdía líquidos. La boca había sido cosida, nada de pegamento, nada de rigor mortis, la mayoría de la gente no sabe que sus efectos pasan a las doce horas de fallecer y que el ácido láctico acelera el proceso, en ese momento los músculos comienzan a descomponerse. El cuerpo apenas pesaba unos cuarenta kilos, probablemente había fallecido después de una enfermedad larga. Metí el cuerpo en la bolsa y procedí a dejar todo como estaba. Antes de trabajar en la funeraria, estuve de enterrador en un pequeño pueblo de costa, había cerrado muchos nichos, en apenas diez minutos nadie notaría que allí ya no existía un cuerpo. Cargué el cadáver en el coche y me acerqué al chalet.

Llamé a la puerta y me abrió Lilith.

−Hola Lilith.

−Hola Carón. Veo que has cumplido.

−¿Dudabas de mí?

−¿Debería dudar? Dímelo tú.

−No. Puedes pedirme lo que quieras que lo haré. ¿Cuándo me dejarás pasar al sótano?

−¿Estás preparado?

−Sí.

−Entonces no lo estás. Deja el cuerpo en el suelo y vete. Ya te llamaremos cuando te necesitemos.

Descendí la colina, confuso. Lilith jugaba conmigo, lo sabía; pero me gustaba, se había convertido en una necesidad. Al principio no sabía para qué querían los cadáveres, fue con la entrega del noveno cuando Lilith comenzó a contarme algunas de las cosas que pasaban en el sótano.

V

Un día de diciembre nuestros pasos hacían crujir los pequeños copos que cubrían el paseo junto a la muralla. Lilith, sin haberle preguntado nada, comenzó a hablarme de un viejo culto.

−Creo que ya ha llegado el momento de que sepas para qué necesitamos los cuerpos. Hasta ahora nos has servido sin preguntar y por eso voy a contarte qué hacemos en el sótano de la casa de mi madre.

No supe cómo reaccionar, era la primera vez en doce meses que ella me hablaba y no era para pedirme cadáveres. Intenté parecer tranquilo, pero por su mirada supe que todo estaba perfectamente estudiado, seguía siendo una marioneta en sus manos.

−Carón, querido. Hay enseñanzas que trascienden al común de los mortales y que sólo están abiertas a unos cuantos elegidos.

−¿Voy a ser uno de los elegidos? −dije inocentemente.

−Jajajaja, −rió de forma exagerada-, ¿qué te hace suponerlo? Los conocimientos arcanos hay que ganarlos y tú todavía estás lejos de poder conocerlos. Sigue trabajando para nosotros y ya veremos.

−Disculpa, −no podía rebelarme ante ella.

−Así está mejor. Como te decía hay conocimientos que han pasado de iniciado a iniciado. Y nuestra familia es la portadora de uno de los grandes secretos de la humanidad.

−¿Qué secreto?

−Veo que no aprendes. Será mejor dejarlo aquí.

VI

Ese día regresé fatal a casa. Mi primera oportunidad de saber algo más de Lilith y la había desaprovechado, era un inútil. Esa noche no pude dormir, la ansiedad no me dejó descansar ni una sola hora. Había comenzado a perder los nervios, solo su presencia me calmaba, pero a la vez me convertía en un manojo de nervios.

La semana siguiente fue muy dura, no recibí ninguna llamada desde el número oculto. Pensé que todo había acabado, apenas dormía ni comía. Mi vida giraba en torno al móvil, lo miraba cada cinco minutos, lo recargaba de forma obsesiva, pero nada. Fueron los peores quince días de mi vida. Una tarde el teléfono sonó, número oculto, apenas podía respirar, el pulso se me aceleró, el oxígeno no llegaba a los pulmones, estaba hiperventilando. Descolgué.

−En una hora tienes que estar en casa, −era la voz de Lilith, colgó.

Conduje como un autómata, estaba nervioso como el adolescente que acude a su primera cita. No sabía que iba a encontrarme.

−Pasa, −me dijo Lilith−, siéntate aquí en la entrada.

Desde el subsuelo ascendía una letanía de la que apenas podía distinguir algunas frases. «Haz tu voluntad, será el todo de la Ley». «El amor es la ley, el amor bajo la voluntad». «No hay ley más allá de Haz tu voluntad».

−Ya puedes irte. No necesito nada más de ti.

Me fui igual que llegué, nervioso. Sin saber qué pensar. Pero quería verla otra vez. Mi voluntad había desaparecido. Decidí investigar aquellas palabras que había escuchado, pertenecían a «El Libro de La Ley», escrito por Aleister Crowley. Después descubrí que era un libro revelado por Aiwass su Santo Ángel de la Guarda. Crowley se autodenominó la Gran Bestia 666 e incluso el Anticristo. Las piezas comenzaban a encajar, probablemente en aquel sótano tenía cabida un culto satánico.

VII

Hoy el problema era otro. Conseguir el cadáver de un niño y que esté fresco. En el tanatorio ningún cuerpo me servía, todo ancianos. Revisé el registro, ningún niño en los últimos quince días. Quería ver a Lilith y estaba seguro de que esta sería la puerta para bajar al sótano.

No podía dejar pasar esta oportunidad, y tomé una decisión desesperada. Cogí el coche y al caer la noche aparqué muy cerca de un poblado chabolista. Había niños por todas partes, jugaban sin la supervisión de un adulto, algunos se alejaban tanto de las casuchas que la oscuridad parecía devorarlos. Una niña de unos cuatro años se alejó más de lo debido, Carón se acercó a ella ofreciéndole un billete de cinco euros, cuando la criatura acercó su manita, Carón la golpeó con la llave de la rueda de repuesta. La niña cayó al suelo con un sonido seco, estaba muerta. El golpe le había causado una herida abierta por la que manaba abundante sangre. Abrió el maletero y la metió en una de las bolsas para cadáveres que había robado del trabajo.

La casa de Pedro y Lilith estaba al otro lado de la ciudad, tardó cuarenta minutos en llegar, se cruzó con varias patrullas de la policía, en su cabeza todas le daban el alto y encontraban el cadáver de la niña, pero nada de eso sucedió. Aparcó frente a la puerta y llamó al timbre. Tardaron en abrirle. Esta vez fue Pedro quien estaba tras la puerta, le miró perplejo. Carón había hablado con él dos veces en estos doce meses y siempre de pasada.

−Soy Carón.

−Perdona no te había reconocido. Me imagino que querrás hablar con mi hermana.

−Os tra…, −me dejó con la palabra en la boca, desapareció por una puerta lateral.

Empezaba a ser consciente de lo que acababa de hacer. Había asesinado a una niña de cuatro años. Y, ¿por qué? Por el capricho de dos hermanos que pensaba estaban metidos en una secta satánica. Sin embargo, no tenía ninguna certeza de nada. Lilith jugaba conmigo, había robado cadáveres por ella y ahora había asesinado. Sí, asesinado, me encontrarían con toda seguridad y acabaría en la cárcel.

−Hola, Carón. −dijo Lilith sacándome de mis pensamientos.

−Te he traído lo que me pediste.

−¿El cadáver fresco de un niño?

−Sí. Lo tengo en el coche.

−¿No lo habrás robado del cementerio? El último cadáver que nos trajiste estaba ya descomponiéndose y apenas nos sirvió.

−Más fresco que este imposible. Acabo de asesinarla. Lo he hecho por ti.

−Veo que serías capaz de cualquier cosa por verme. Ahora estás preparado. Acompáñame al sótano.

VIII

Era una gran habitación pintada de negro, en la pared a media altura una cenefa de cuadrados blancos similar a un tablero de damas. En la pared del fondo una mesa que parecía ser un altar, sobre él varios cráneos cortados por la mitad, colocados en fila como cálices macabros. Varias esculturas adornaban la sala, dioses hindúes, un sillón tallado con símbolos egipcios, una fotografía de Aleixter Crowley, puro sincretismo. Pero lo que más me ha llamado la atención es un gran círculo rojo pintado sobre el suelo negro. Inscritas en la circunferencia varias palabras: Lilith, Lucifer, Nvit, Hadit, Ra Hoor Khvit, Chaos, Babalon. Alrededor nueve velas encendidas sobre pentagramas invertidos y dentro del círculo una gran cruz roja invertida y en cada extremo un rombo rojo. No podía quitar la mirada de aquel símbolo. No me percaté de que además de Lilith en la sala también estaba Pedro, no vestía de negro se había puesto una casulla roja con un gran pentagrama invertido de color blanco en el pecho y en la espalda. Lilith se había sentado en el trono egipcio y sonreía desde su lejanía.

Pedro cogió un incensario que descansaba junto al altar. Comenzó a entonar una letanía ininteligible. De forma obsesiva se puso a caminar por encima de la circunferencia del círculo del suelo. Era un movimiento circular y pendular, pasaron casi cinco minutos y Pedro pareció entrar en un estado alterado de conciencia, sus ojos se vaciaron de toda humanidad, se asemejaban a los de un animal salvaje. En ningún momento cejaba en su movimiento.

De las puertas laterales accedieron a la sala un grupo de personas, todas vestidas de negro y con las mismas cruces plateadas que ya había visto en el pecho de los dos hermanos. A una orden de Lilith se sentaron en el suelo en torno al círculo.

Lilith se levantó y me ofreció beber de uno de aquellos macabros cálices. Bebí sin dudar, el líquido tenía un regusto amargo. Mientras Pedro seguía inmerso en su letanía. A otro gesto de Lilith todos se volvieron hacia mí, hasta ese momento parecía no existir para los acólitos. Me levantaron en volandas y me pusieron en el centro de la cruz invertida.

Lilith se dirigió a Pedro, ahora su nombre era Seth. Entre todos me arrancaron la ropa, una marea de brazos y manos me desgarraron la piel. No podía hacer nada, me habían drogado, era consciente de todo, pero mi voluntad había sido anulada completamente, Lilith parecía disfrutar de la situación especialmente.

Mientras Seth-Pedro me desollaba, me obligaron a mirar, no dejaban que cerrara los ojos ni que mirara hacia otro lado. Cada una de los que allí estaban bebió de mi sangre en uno de los cálices. Entonces me di cuenta, yo era la sangre y la carne del demonio, la bebida y el pan de su eucaristía.

Publicación de mi libro de relatos

Una sorpresa, un proyecto largamente gestado. Desde el inframundo, bebiendo de autores como Clive Barker, Rampsey Campbell o Poppy Z. Bright. Sin olvidarme del cine de terror que parte de los 80: gore, slasher… Terror victoriano, Lovecraft, Poe. Todo tiene cabida en mi próximo libro de relatos que verá la luz en la increible colección Absenta de Piediciones, donde compartiré espacio con autores de la talla de Vicente Muñoz Alvarez o Aitor Bergara. Seguiré informando.

Aquí dejo la nota de la editorial.

AUTORES QUE ENGROSARÁN NUESTRA COLECCIÓN MÁS ARRIESGADA: COLECCIÓN ABSENTA (¡ojo! las publicaciones de esta colección pueden herir la sensibilidad de algunos lectores)

Vicente Muñoz, con su obra «Del fondo» (poesía)
Aitor Bergara, con su obra «El bosque de los condenados» (poesía)
Pablo Malmierca, título aún por determinar (relato)
y nuestra protagonista femenina de la colección, que será anunciada a su debido momento.
…y seguimos buscando entre los pliegues de la frontera sin nombre ¿te atreverás a leernos?

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