Cada vez se me hace más extraño escribir en las redes sociales. Se ha hablado mucho y se habla de la pérdida de belleza en pos de un hedonismo superficial que vacía la obra de arte de contenido para sustituirla por un «me gusta». Se habla de la velocidad como una de las culpables de ese vaciamiento. Se dice que la obra de arte en la era de internet ha perdido la capacidad de perdurar, de hacer temblar mediante la reminiscencia del objeto en nuestra mente. Se dice que se ha sustituido el disfrute del objeto artístico por el latigazo instantáneo de placer que nos recorre ante lo que nos resulta familiar y nos agrada sin que pase por el posterior tamiz del tiempo. Nos dicen que hemos perdido nuestra capacidad como erotómanos, que hemos perdido el impulso de Eros que nos impelía a conocer la belleza como un constructo narrativo, que nos convertía en participantes activos de un proceso que exigía mucho de nuestro intelecto y de nuestras capacidades. Se dice que todo eso lo hemos perdido y nos hemos convertido en auténticos pornógrafos del arte, se rechaza todo lo que es velada, se aprecia lo que muestra sin tapujos, la desnudez que disecciona el arte, la literatura, como partes de un cuerpo que se convierten en objetos de placer, en objetos sexuados. Nos explican como la sociedad digital nos ha convertido en meras extensiones de la pantalla y la literatura en una de ellas, el impulso del «me gusta» ha sustituido la temporalidad de la reminiscencia del texto, de la obra, en nuestra mente y su perdurabilidad.
Sin embargo, creo que todavía queda otro camino, una especie de resistencia a este hedonismo vacío. Otro camino que se salga de lo que nos marca esta sociedad de consumo inmediato donde la belleza dejó de tener su lugar hace mucho tiempo. En un mundo de datos la diferencia dejó de significar hace mucho tiempo y sin diferencia no puede existir el arte. Bajo los disfraces de la transparencia y la hiperpositividad desaparecen muchos valores que nos hacían disfrutar del arte como tal, ahora la velocidad, el hedonismo y el goce momentáneo nos alejan de la reminiscencia de la belleza, del goce de lo sublime que nos acercaba a lo eterno de las obras literarias, del arte.
No nos queda otra que resistir, que hacer elogio del valor del tiempo pausado y tendido, alejarnos otra vez de la vorágine y acercarnos a lo que importa, la impronta de la belleza en nosotros.
Pablo Malmierca